noviembre 18, 2009

Figurita repetida

De un tiempo a esta parte, cuento en mi grupo de contactos virtuales con una persona que suele ser un disparador de ideas y reflexiones de los más variados temas.

Hace pocos días nos inquietó una discreta nota en la que se infería que alguien le quiso tomar por tonto. Supongo que le pedía ayuda material para a su vez ayudar a cierta persona que estaba pasando una fulera. Cualquiera con buenos sentimientos casi inmediatamente saldría a brindar su colaboración. Pero seguramente algo del discurso no le “cerró” a mi amigo y tomó alguna que otra precaución por si lo relatado no fuera cierto. Parece que no lo fue, y que hasta se podría haber tratado de un fraude o una estafa, porque días posteriores este amigo lo definió como HDP. Y para que mi amigo publique algo así el tema debe haber sido importante!

 

 

Unas semanas atrás, y en un ataque vintage, cambio de opinión respecto del destino que le iba a dar yo a unos objetos personales. En principio iban a ser donados a una institución, pero luego, por nostalgia un poco, pero también por haberles encontrado una nueva utilidad decido mantenerlos en mi poder. Y si con la “modernización” no me convencían, irían definitivamente a la institución.

En el proceso de búsqueda de artesanos adecuados, un conocido me comenta, no necesariamente satisfecho con su acción, que antes de que envíe algo a un especialista, o que los llevase a la entidad solidaria, que ya le había avisado a una persona para que los venga a retirar del domicilio en donde tengo esas cosas. Esa persona le dijo que los necesitaba, que le venían bien, que no puede acceder (ni como nuevo, ni como usado) a tener aquello que yo iba a desechar. Porque es “pobre”.

 

 

Años atrás, una conocida que trabaja en una empresa pequeña, de esas en las que la buena administración de los recursos humanos y materiales dependía más del ingenio que de lo que dictan los libros especializados, contaba en su plantel con un subalterno (supongamos si ella era gerente, el otro, subgerente). Esta persona, hablando siempre loas sobre el desempeño profesional y laboral de mi conocida, frecuentemente los viernes a las cuatro y media o cinco de la tarde, irrumpía en su box con un “tenemos un problema”. El problema o no era dramático, o, lo peor, era algo que había surgido por la impericia del subalterno por tomar decisiones de un nivel de jerarquía que no le correspondía, o como variante, teniendo en cuenta el día y la hora, el subalterno con zalamerías y franelas varias, le dejaba la responsabilidad de la resolución a esta conocida mía. Porque él no era “inteligente” como mi conocida. Se imaginarán: si salía todo bien, las palmas se las llevaba el sub, si salía mas o menos o mal, la culpa era de mi conocida.

 

Una madre que para dominar a su hija le quiere convencer de que no sirve para nada. Una hermana que le dice a su hermano que dude de la idoneidad de su mujer porque le cuesta concebir un embarazo. Una mujer que le dice a su hijo que tal chica no le conviene como novia porque ésta le sacó la ficha a la vieja que es una jugadora compulsiva…

 

Vivimos rodeados de manipuladores. Nos damos cuenta tarde de que tenemos a alguno de ellos en el trabajo, los estudios, el edificio, la familia.

La denominación general que reciben los manipuladores o los psicópatas sociales o los psicópatas cotidianos, al menos en Buenos Aires, es la de HDP, sigla que no indica precisamente Huevos Duros Púrpura.

 

Una característica de los manipuladores es su astucia, porque no necesariamente tienen que tener un CI de 150. Otra es su cero tolerancia, su habitualidad en la descalificación, todo para obtener lo que persiguen. Te hacen creer que lo que te piden redundará en tu felicidad, solo para que te pongas a sus órdenes. Ejecutan un siniestro juego de seducción.

 

Se aconseja alejarse de ellos, tarea no del todo sencilla ya que nos dimos cuenta de su proceder cuando hemos caído en sus redes.

Algunas actitudes que se pueden practicar para evitar su nocividad son:

  1. Poner fin al vínculo entre nosotros y ellos.
  2. No hablar de los detalles de nuestra vida.
  3. Pedir que las preguntas que no nos resulten claras  sean más específicas.
  4. Evitar ser su intermediario.
  5. Hacer frente común con otras víctimas de ese manipulador (porque le encanta dividir para reinar).
  6. Ser prudente ante los halagos que se reciban.

 

Exitos!!!

 

Sitios consultados (y recomendados):

http://www.acosomoral.org/TodoManipuladores.htm

http://www.ppba.org.ar/articulos/varios/utilisima01.htm

http://www.marietan.com/material_psicopatia/mentira_seduccion.htm

octubre 30, 2009

Amigos!

Estaba con dos o temas revoloteando por mi loca cabecita (acéptenme el sarcasmo, por favor). Buscando material para reforzar mis escritos. Aprendiendo sobre sub-temas que tenía prendidos con alfileres. Dirigiéndole algún que otro pensamiento no-positivo a la señora madre del señor de Google.

Y suena el teléfono. Era un amigo. Hablamos de los serios temas que nos interesan, también, rápido, de esos chismes que uno no puede dejar de desparramar. Cortamos y me olvidé lo que estaba haciendo antes del llamado.

 

Noches más tarde, cuando logro recordar los temas, y estando en otra computadora, retomo mis “investigaciones”. De cero, porque todo lo guardado estaba en el historial de mi compu “oficial”.

Tarará. Suena el Messenger. Era un amigo, otro. Chateamos bastante seguido. Dejé el explorador abierto para, mientras la conversación, seguir buscando y guardando lo que me pudiera interesar. Pero mi amigo me hace una pregunta de esas que ansias que te hagan, quizá no por necesidad de proceder a poner al corriente al interlocutor de los últimos datos, sino porque… es imperioso que uno saque lo que tiene adentro, para que al exteriorizarla le puedas sacar dramatismo. Como me envicié con uno coso que se llama Dual View, tecnología (?) que te permite tener dos o más monitores conectados a la vez en la compu y ver en cada uno de ellos cosas diferentes, al encontrarme en un equipo que no posee eso, me taro y que quedo sólo con la ventana activa. Por ello, en algún momento de la conversación, cierro el explorador y el resto de los programas para dedicarme exclusivamente a la charla. Cuando nos despedimos y cierro la ventanita de la conversación, vuelvo a olvidarme lo que estaba haciendo antes del sonido del Messenger.

 

Ayer o antes de ayer, luego de un “momento” vivido en mi trabajo, decido volver a buscar sobre los temas. Otra vez el Messenger. En esta instancia era una amiga. Hacía un tiempo que no chateábamos y nos teníamos que poner al día con temas leves pero ineludibles. Estaba con el Dual View a full, pero los puntos que estábamos tratando estaban tan imperdibles, tan jugosos, que volví a cerrar cuanto programa estuviera abierto para dedicarme de lleno a informarme y a informar. Ella se despide y esta vez no olvidé lo que estaba haciendo yo previo al chat. Pero no tuve intención de retomar.

 

Sobre lo que estaba buscando, sé que en algún momento lo voy a plasmar en la “pantaya” de tu monitor. Son asuntos que me preocupan y que hasta me hacen saltar la térmica. Un lacaniano (me) analizaría los motivos de la postergación. Y ya me imagino a la psicóloga bigotuda que hacía Juana Molina dándome su interpretación de mi no hacer.

O quizás, alguien afín a las energías que nos circundan, podrá decir: “Nada, pasa que eso te angustia, tus amigos percibieron la vibra negativa que estabas teniendo y sintieron que ese era el momento de contactarse con vos para evitar que caigas en un pozo.”

 

Qué se yo!

A veces no lo saben, pero los amigos, sean de la categoría que fuere, los tengas en persona, o por teléfono, o por chat o por twitter nos brindan contención aunque no se las pidamos. Creo que ahí está la esencia. Aquello que nos permite elegir a quién le brindamos nuestro afecto, independientemente de la forma que podamos o queramos manifestar.

En los tres casos citados, no sucedió que les haya contado de mi momento tortuoso y por eso me trajeron temas diversos para oxigenarme. No, me dieron otros temas, cosas que integran mi ser y que compartimos, y me permitieron quedarme con ello también.
Así que nada, eso, gracias por estar: en las muy buenas, en las muy malas, y en las “no sé cómo”.