septiembre 16, 2009

Una puerta al Inframundo

Sexta parte – El Portal

 

En la mañana siguiente, vino mi abuela a llamarme para ver si iba a tomar mate con ella. Pero en su invitación había algo que no logré identificar inmediatamente. Pone la pava al fuego, “carga” con yerba el mate enlozado, mira por la ventana hacia el fondo, se da vuelta y al extenderme el mate, infiero que su desacostumbrado silencio es el preámbulo de algún comentario que requerirá de mi participación.

- Tu tío… casi lo muerde tu gato.

Existe en mi familia una costumbre: cuando se va a hablar de alguien o algo que no cae bien al emisor, éste se refiere a ese “alguien” anteponiendo un pronombre posesivo de segunda persona, en plena vinculación con el receptor, con lo que, según mi modesto análisis, intenta el emisor desprenderse psicológicamente de la responsabilidad y de tener algo que ver con el objeto de la conversación. Serán frecuentes las referencias a “tu madre” (si viene de parte de mi abuela, está refiriéndose sí a MI madre, pero también a SU hija), “tu tío” y también, por qué no?, “tu gato”.

- Cuál?

Me mira como si le estuviese tomando el pelo, pero la realidad indica que hay más de un gato en la casa, y que, si tengo que hacerme cargo, todos los gatos son MIOS, según el concepto de más arriba. Por otra parte, si esos felinos se caracterizan por algo es por su increíble adaptación a la vida doméstica, al punto que han decidido prescindir de su naturaleza salvaje en pos de comodidades como comidas servidas a horario, acceso irrestricto a sillones, y hasta encendido de estufas en caso de que el animal se dirija al artefacto indicando con su mirada que tiene frío y que más te vale que le prendas el calefactor sólo para su goce. Por ello, hemos hecho un pacto de no agresión a cambio de las comodidades mencionadas.

- El Azul, ése es el tuyo. Estuvo como loco toda la madrugada llorando en el fondo. Luego a eso de las seis de la mañana empezó a querer abrir una puerta de la alacena. Tu tío lo saca, el gato vuelve, tu tío ya lo corrió con el escobillón, pero el tipo no se quería ir de la cocina. Al final el otro viene a despertarme y le digo que me deje de molestar por el gato y que lo saque al fondo, que vaya a molestar a los vecinos. Y cuando tu tío lo va a agarrar, tu gato le tiró un tarascón. Igual después salió al fondo.

- Andá a saber qué le hizo aquél para que el gato quiera morderlo…

- No se, yo no pongo las manos en el fuego por nadie. Pero después de eso, el gato se las ingenió para entrar de vuelta y otra vez con la cantinela de la alacena. Le abrí la dichosa puerta y yo, con esta artrosis que no puedo más, tuve que empezar a sacar unas fuentes porque al Azul se le dio por quedarse ahí escarbando algo.  No se qué cosa encontró (porque algo le vi que tenía en la boca), pero cuando salió parecía más tranquilo. Miralo, sino, ahora como está abajo de la santa rita jugando con algo.

No había dejado el mate y con éste en la mano me voy para el fondo a ver a mi gato. En cuanto me ve, es él quien viene corriendo, casi al galope felino, a mi encuentro. Sí se veía que tenía algo en la boca, que yo no podía divisar por no estar con anteojos. Llega y a mis pies deja un algo dorado.

Me agacho, y cuando voy a tomar la “ofrenda” del Azu’, en seguida lo suelto, impresionada: era un anillo, de oro, con un calado del árbol de la vida. Era mío, lo traje de recuerdo de algún viaje. Un día me lo saqué para lavar los platos, dejándolo sobre la mesada, y al concluir la tarea, no lo vi más. Lo busqué infructuosamente por toda la casa y llegué a contratar a un gasista para que desconecte la cocina por si la pieza se había deslizado hacia atrás del artefacto.

Y ahora mi gato me lo daba, lo había sacado de una alacena que no existía al momento de la pérdida.

Un conjunto de emociones encontradas se apoderó de mi. El común denominador era Hermes. Cómo y por qué?

Sin poder razonar, llamo a mi trabajo para avisar que no podría ir ya que tenía pendiente un trámite personal. No me hicieron objeciones, y entonces fui a buscar a la guía de calles los datos para llegar a lo de Floridia sin tener que cruzarme toda la ciudad.

Al despedirme de mi abuela, le digo que es posible que llegase tarde, porque no sabía muy bien cómo terminar cierta diligencia.

 

Mientras iba en el colectivo el corazón me latía con fuerza, no podía mirar por la ventanilla, concentrarme para leer cierta revista del corazón y lo que tenía en el walkman me ponía más nerviosa.

Al llegar a la parada en ese barrio del Sur, bajo y un muchacho gordito me “abaraja”.

- Hola, me mandó el Hermes a buscarte. Vos sos la Verónica, no? Porque hace un rato que estoy acá y a todas las chicas que bajaron en esta parada les pregunté lo mismo y me sacaron carpiendo.

- Si, soy Verónica, y quién sos vos?

- En el barrio me conocen como el gordo Castañola. Castañola es mi apellido - me aclara –. Tuvieron que cerrar el bar porque los del agua cortaron en todo el barrio por un lío con los caños maestros que pasan por la avenida, pero me dijo el Hermes que igual vayamos para allá.

Mientras caminábamos hacia el bar, sale desde un negocio una señora al encuentro del Gordo.

- Gordo, sabés dónde lo puedo ubicar hoy al Pulpo?

- Hoy no, Negra, mañana en el bar.

- Porque me parece que gané unos numeritos que jugué con él y quería ver de cobrar…

- Espere tranquila doña. Pagar le va a pagar.

 

Continuamos hasta lo de Floridia, y no me atreví a preguntarle al Gordo Castañola el nombre del Viejo del bar. Tenía la sensación que por más que fuera amigable ese muchacho, y que parecía que tenía algún retraso mental, no me iba a otorgar la confianza suficiente para darme aquel nombre, y en verdad, no sé de qué me podía servir conocerlo.

 

Hermes miraba hacia un lado y otro de la calle, parado en la vereda, como esperando nuestro arribo. Me saludó como quien se encuentra con un amigo después de veinte años, y con un gesto me hizo pasar al negocio por la puerta del almacén. La del bar estaba cerrada, incluso su persiana y las de las ventanas estaban bajas y polvorientas. A algún ocasional transeúnte le hubiera parecido que el local desde hacía mucho tiempo estaba cerrado.

- Bueno, ya sabés, al baño de las damas! – dice mientras dejaba en la vereda al Gordo y cerraba con llave la puerta del almacén – El gato… cuando te fuiste, seguía nervioso?

- No, luego de darme el anillo, volvió a su carácter habitual.

- Joya!

 

Al pasar al bar, que estaba todo iluminado con los tubos fluorescentes, vi que había sobre el piso de damero un montón de polvo. No de aquel cotidiano, y que evidencia falta de voluntad para limpiarlo, sino del tipo añejo: asear a fondo porque se tiene la certeza que por mucho tiempo no se podrá volver a hacerlo, o no será uno quien lo haga la vez siguiente. Demasiada tierra acumulada en tan pocas horas. Sentí que lo del día anterior había sido una escena montada, o algún tipo de ensoñación.

Pasamos al toilet, Hermes pone la llave en la cerradura del segundo cubículo, y antes de darle la vuelta, me pregunta, inquisidor:

- El anillo, lo tenés con vos? No te lo ví! Ponételo ya, sino, no se puede hacer nada hoy!

 

Me coloqué el anillo, que tenía en la bandolera. Alguna vez me recomendaron que si viajaba en colectivo, me sacase las cadenitas o adornos de oro, no fuera cosa que alguien del pasaje me estuviera “fichando” y se bajase detrás de mi para robarme.

Cuando Hermes lo ve, suspira.

- Una vez que traspongas el Portal, vas a estar sola. No tenés que tener miedo, porque el anillo te servirá de protección. Tampoco te creas que sos la Lucy de “El león, la bruja y el armario”: allá no va a haber un león parlante que te ayude. Prestá atención a los objetos que veas. Te vas a encontrar con no más de tres figuras femeninas. Podrán estar juntas o separadas. Sé cortés con ellas, pero no les respondas más de lo que te pregunten. No las mires a los ojos: lo tomarán como un desafío. Es posible que luego de contestar, te permitan hacerles una pregunta o comentar algo. Si así sucede, deciles que ya pasó tiempo suficiente y que devuelvan lo que una mañana tomaron. Que se enojen, vos mostrales que tenes el anillo. Y volvé. Yo te voy a estar esperando.

Luego de esto, abrió la puerta del cubículo, activó el mecanismo y ante mí se abrió el Portal. Más allá todo estaba difuso por una niebla.

(continuará…)